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Del «los queremos presos» a la deshumanización del clamor público

La muerte no es eximente de culpa. Hay quienes, incluso con la muerte, no subsanan los daños causados.

Hay quienes, muriendo, son más agraciados que cargando en vida con todo el peso de las leyes terrenales.

Ese no es el caso del compañero Cesar Prieto. O por lo menos, no hay una afirmación oficial que le impute hechos punibles o reprochables.

El único «error» del compañero Cesar Prieto, que le ha agenciado el desprecio de los criminales del teclado; el único atentado del compañero, por el cual algunos hacen chistes con su tragedia, es haber sido peledeista.

Richard Dawkins, en su «Carta a mi hija Juliet», habla sobre la evidencia, y su importancia para validar la información recibida. «La evidencia es, literalmente, ver (u oír, palpar u oler) que una cosa es cierta», dice el pensador en la carta antes mencionada.

No me asombra, pero preocupa, que el fervor del momento, aupado por un deseo genuino de justicia, condene al paredón moral o histórico, sin la más mínima evidencia, a personas que llevaron una vida honrada; condenados por ser miembros de un partido.

El fascismo tiene rostro de democracia -Aunque inquisidora-, y su mayor instrumento es la falsa legitimación, a costa incluso, de la verdad.

No sé si Cesar Prieto cometió actos dolosos, no sé si sería encartado; lo único que puedo afirmar, es que la justicia no es más justa por servirse en el plato de la desgracia ajena.

Soy amante y estudioso de la justicia, y es injusto -Tanto como tomar dinero público- que condenen a todo peledeista al orpobio, por creer en dicha filosofía. Eso es un mal síntoma de fascismo.

Lo justo es a cada cual lo que le toca, más de lo que le toca, no es justo… Y celebrar la muerte de alguien, no es propio de quienes aman la justicia.

Pedro Vicioso.

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